Cuando llego a Buenos Aires respirar se me hace más fácil. Y no es poético. Es literal. Lo sentí apenas salí al parking de Ezeiza. Mi explicación es que, como estoy en mi país, es un aire al que estoy acostumbrada y por eso lo siento más liviano. Después me enteré de que la OMS puso a Milán en el tercer lugar entre las ciudades más contaminadas del mundo. Entonces creo que la ligereza que siento cuando llego es porque mis pulmones se reencuentran con un aire objetivamente mucho más limpio, y eso de que mi cuerpo está familiarizado con el de Argentina y por eso «respiro mejor» es una excusa inventada.
Paseando por la ciudad pienso en que es parangonable con muchas otras. Todas las ciudades tienen su cultura y sus veredas. Su seguridad que falla y su economía que cambia. Lo único que encontré rescatable fueron los jacarandás. No vi jacarandás en ninguna otra ciudad. En realidad, tampoco los busqué. Pero no creo que exista una imágen más linda (me gustaría usar una palabra más sofisticada pero esque eso es lo que es: algo muy lindo). De chica habré visto los jacarandas en primavera teñir de violeta las calles de Figueroa Alcorta como mucho cuatro veces. Con mi familia nunca íbamos a Capital. Nunca aprendí a manejar ni quise tomarme sola un colectivo. Los Ubers me dan terror. No tengo ninguna afinidad con estos árboles. Solo me gusta dónde están y lo que hacen. En los últimos años, pensé bastante en verlos y pasearles cerca cuando estén floreciendo para adueñarme de su belleza y después presumirsela a mis amigos de Milán. Desarrollé una obsesión con querer hacerlos míos, a los árboles de la ciudad. Nunca se lo dije a nadie. Lo de los jacarandás también es una excusa inventada.
…
Pasaron rápido mis diez días en Buenos Aires y me di cuenta que respiré mucho y lloré poco (no por falta de ganas, sino por falta de tiempo). Ahora que estoy en el avión, quiero dejar de hacer la primera y hacer solo la segunda. Lloro porque estoy triste y cuando pienso por qué estoy triste, pienso que es porque estoy enamorada de un chico argentino que no voy a volver a ver.
Mientras en la pantalla el dibujito de nuestro avión cruza el Atlántico y se aleja cada vez más, busco coincidencias que demuestren que este chico y yo estamos destinados a estar juntos, y que por eso necesito quedarme. Encuentro dos y media. Casi tres.
Unos días antes de irme, les dije a mis amigas que estaba enamorada. Me respondieron: “No estás enamorada, Gina.” Como si supieran más sobre mi corazón que yo misma. Dicen que es imposible, porque del chico del que supuestamente estoy enamorada, a veces me cuesta hasta acordarme de su nombre. (Lo apodé con el nombre de un actor al que se parece y me olvidé del suyo de verdad. Mis amigas lo conocen como *el nombre del actor*, que en realidad tampoco se parece tanto, pero es gracioso). Mucho de lo que hago lo hago solo para hacer reír a mis amigas: cómo apodar al chico que me gusta como un actor, cómo venir a Buenos Aires.
La otra noche cuando estábamos en el cuarto del chico que me gusta lo mire a los ojos y eran tan claros que sentí que podían iluminar el resto de mi vida. Creí que nos teníamos que casar. Le dije que era perfecto y me dijo que no le diga esas cosas. Él no me miró a los ojos y no me dijo nada. En el desayuno no quiso ponerle azúcar a su mate cuando le dije que no me gustaba amargo. Me propuso hacerme uno aparte y quizás esto quiere decir que no quiere compartir nada conmigo. Creo que él no quiere que nos casemos. Creo que las coincidencias que encontré son muy rebuscadas. No las digo porque sé que son estúpidas. Creo que no estoy enamorada.
Volver a casa para enamorarme es una excusa inventada. Volver a casa para hacer reír a mis amigas también.
Por mucho tiempo pensé que necesitaba una razón importante para venir, algo que justificara el viaje y que hiciera que no pudiera postergarlo más. Hoy me di cuenta de que, aunque parte de mis lágrimas son por tristeza, también son por felicidad. Porque pude respirar un aire más liviano, ver los jacarandás (aunque no florecidos), intentar enamorarme y hacer reír a mis amigas. Y eso fue suficiente. Eso ya es bastante urgente.
Después de estos días, aprendí que puedo volver a Buenos Aires con calma, sin necesidad de inventar excusas por miedo a decir la verdad: que vine a verte porque simplemente te extrañaba.
a veces hay que mirar a alguien que no vamos a volver a ver nunca a los profundos ojos vidriados, decirle "nos tenemos que casar" y seguir
divino ginaaaaaa